Su VECINA la INVITÓ a JUGAR con su HIJA y la SACARON en UNA BOLSA – EL CASO DE LA NIÑA CAMILA EN TAXCO

La tarde del miércoles 27 de marzo de 2024 comenzó como cualquier otra en el barrio La Florida de Taxco, Guerrero.
El sol caía con suavidad sobre las calles de piedra y las rutinas parecían las mismas de siempre.
Pero nadie imaginaba que, en cuestión de horas, el pueblo entero estaría sumido en una de las tragedias más dolorosas que se recuerdan.
Camila Gómez Ortega, una niña de solo 8 años, salió emocionada de su casa porque su vecina Ana Rosa había invitado a su hija a jugar en una pequeña piscina inflable.
Era algo normal entre ellas, pues no era la primera vez que la pequeña visitaba esa casa.
Margarita, su madre, la despidió sin preocupación.
Pero antes de las cuatro de la tarde, todo cambió.
Margarita recibió un mensaje desde el teléfono de Camila exigiendo 250.000 pesos a cambio de la libertad de su hija.
Fue un golpe que la dejó sin aliento, sin palabras, sin entender cómo la cotidianidad podía convertirse en pesadilla.

Sin pensarlo, corrió a casa de Ana Rosa.
Golpeó la puerta con desesperación, casi suplicando que le abrieran, esperando escuchar que todo era una confusión.
Pero Ana Rosa salió tranquila, incluso confundida, diciendo que Camila nunca había ido a su casa ese día.
Fue el primer golpe.
El segundo llegó minutos después, cuando los vecinos comenzaron a revisar las cámaras de seguridad cercanas.
En ellas se veía claramente a Camila entrando a la vivienda de Ana Rosa.
Pero jamás saliendo.
Esa imagen encendió una alarma que se extendió rápidamente por toda la comunidad.
Los vecinos se organizaron en grupos, salieron corriendo por las callejuelas, llamaron a gritos su nombre, revisaron patios y terrenos baldíos.
Pero nadie encontraba a la niña.
Cuando ya no quedaban lugares por revisar, la familia presentó denuncia ante la fiscalía antisecuestro.
Los agentes recopilaron videos, analizaron trayectorias, revisaron patrones.
Y las cámaras revelaron algo todavía más inquietante.

Ana Rosa aparecía bajando por el callejón con un cesto de ropa.
Miraba hacia atrás, como temiendo que alguien pudiera estar observando.
Y detrás de ella se veía a un hombre cargando lo que parecía una bolsa negra pesada.
Las imágenes helaron la sangre de todos.
El hombre caminaba con dificultad, mientras Ana Rosa avanzaba como si nada.
Unos minutos después, ambos subieron a un taxi local.
El rastro continuaba.
El taxi fue visto en otra calle, donde el hombre abrió la cajuela.
Ana Rosa le ayudó a acomodar la bolsa negra y el cesto antes de partir hacia la ruta de Zacapalco.
Dos personas transportando lo que no debería ser transportado.
Dos personas moviéndose con calma, como si no llevaran el peso de la desgracia encima.
Dos personas actuando como si estuvieran acostumbradas a hacerlo.
Cuando el alcalde Mario Figueroa pidió localizar el taxi, ya era demasiado tarde para la esperanza.
Los videos se habían viralizado.
El pueblo estaba indignado, hirviendo, sin paciencia para esperar a la justicia.
Esa noche encontraron el taxi.
Y el conductor confesó dónde habían dejado la bolsa.
La policía llegó alrededor de la madrugada del jueves 28 de marzo.

La bolsa negra contenía el cuerpo de Camila.
Margarita, que había pasado la noche sin dormir, seguía rezando para que encontraran a su hija con vida.
No sabía que, mientras pedía un milagro, los médicos forenses ya estaban levantando el cuerpo.
La noticia la golpeó como un rayo.
La comunidad entera se volcó a las calles.
Las mujeres levantaron pancartas, los transportistas bloquearon avenidas, los vecinos gritaban que no permitirían otra injusticia.
La indignación se volvió colectiva.
El problema era que Ana Rosa y sus hijos seguían dentro de su casa.
La policía municipal dijo que necesitaba una orden para entrar.
Pero la multitud no estaba dispuesta a esperar.
Dieron un ultimátum de 30 minutos.
O los detenían, o ellos entrarían a sacarlos.
No hubo respuesta rápida.
La turba entró.
Desbordada, furiosa, cubierta de rabia por el dolor de una niña a la que todos conocían.
Sacaron a Ana Rosa, a sus hijos Axel y Alfredo, entre empujones y gritos.

Les llovían golpes desde todos los ángulos.
Palos, piedras, botellas, manos, pies.
La violencia de un pueblo que sentía que nadie lo defendía.
Ana Rosa quedó con el rostro irreconocible.
La intentaron subir a una patrulla, pero la multitud la bajó de nuevo.
Le arrancaron parte de la ropa, la arrastraron, la aplastaron bajo decenas de pies.
Cuando el cuerpo de Camila llegó a la zona, los pobladores exigieron que sacaran a Ana Rosa de vista.
Pedían justicia, pedían respuesta, pedían algo que calmara su dolor.
La policía finalmente logró llevarla al Ministerio Público.
Pero ya era tarde.
A la 1:50 de la tarde, la fiscalía anunció que Ana Rosa había muerto.
Los golpes habían sido demasiados.
“Yo la quería viva”, gritaba Margarita.
“La quería viva para que sufriera lo que yo voy a sufrir toda mi vida”.
Un lamento que quedó grabado en cientos de celulares.
Axel Alejandro fue enviado a prisión preventiva.
Alfredo, menor de edad, quedó bajo custodia en el centro de medidas para adolescentes.
El taxista José N también fue señalado y se emitió una orden de detención.

Las hipótesis comenzaron a circular.
Algunos decían que Ana Rosa y el taxista se dedicaban a extorsiones y secuestros.
Otros aseguraban que Camila descubrió algo que no debía y la silenciaron.
Una versión indicaba que la niña fue torturada, que se excedieron y que después intentaron encubrir lo sucedido.
Otra decía que amenazó con contarle a sus padres lo que le habían hecho.
Y que por eso tomaron la peor decisión posible.
Mientras tanto, se reveló que Ana Rosa había enviudado en 2019 después de que un grupo armado asesinara a su esposo.
Que vivía con sus hijos, su madre y dos hijas más.
Que jamás había dado señales de algo así.
Pero también aparecieron versiones de vecinos.
Algunos decían que la mujer tenía una relación extramarital con José N.
Otros aseguraban que la veían cada vez más extraña.
La gobernadora Evelyn Salgado no habló del tema sino hasta el viernes Santo.
La presión social era fuerte, el país entero estaba indignado, las redes ardían con hashtags de justicia.
Cuando finalmente habló, anunció que la fiscalía actuaba y que el caso no quedaría impune.

Las investigaciones siguen abiertas.
Nuevas piezas del rompecabezas siguen saliendo.
Y el destino final de Axel, Alfredo y José N todavía está por definirse en los tribunales.
Pero lo que no cambiará jamás es lo que vivió Camila.
Una niña alegre, estudiosa, soñadora.
Una niña que solo salió a jugar con su amiga.
Una niña que nunca volvió.
La comunidad de Taxco sigue preguntándose si hizo lo correcto.
Si la justicia por mano propia fue necesaria o si todo se salió de control.
Si Ana Rosa merecía un juicio o si su destino ya estaba sellado desde el momento en que mintió.
Las calles del barrio La Florida todavía llevan su nombre en murmullos.
Todavía la recuerdan con flores.
Todavía exigen que algo así no vuelva a pasar.
Y todavía, cada noche, Margarita mira al cielo, esperando encontrar la fuerza para vivir un día más.
Un día sin su hija.
Un día más tratando de entender por qué la maldad llegó tan cerca de su casa.