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“EL ESCOLTA PRÓFUGO” CONFIESA TODO: Tengo Videos de Bedolla Pagándonos para Traicionar

La historia comenzó con un silencio que ya se sentía sospechoso desde el primer día, un silencio que nadie supo interpretar hasta que él, el escolta prófugo, decidió romperlo con una confesión que ha sacudido a todo Michoacán.
Un hombre que había desaparecido entre sombras, que todos creían muerto o escondido, reapareció ahora con un testimonio que podría destruir carreras completas, poner en jaque a funcionarios estatales y reescribir lo que realmente pasó alrededor del asesinato de Carlos Manso.
Y lo que dijo, lo dijo sin temblar.

El escolta asegura que tiene videos, audios y mensajes que muestran pagos, órdenes y reuniones donde supuestamente apareció el nombre más inesperado: Alfredo Ramírez Bedolla, exgobernador de Michoacán.
Lo dice sin rodeos, sin metáforas, sin miedo.
Lo lanza como si hubiera cargado con esa verdad durante años.

Afirma que todo comenzó mucho antes de que el país escuchara por primera vez el nombre de Carlos Manso en boca de los noticieros.
Comenzó, según él, el día en que aceptó un favor que nunca pidió, un favor que hoy describe como la cadena que terminó por arrastrarlo al peor error de su vida.
Un favor que lo convirtió en pieza de un juego político que nunca entendió del todo hasta ahora.

Él cuenta que hace tres años, cuando aún no trabajaba con Manso, tuvo un problema en Morelia durante un operativo de seguridad privada.
Hubo un lesionado, hubo denuncias, hubo presiones, y aunque él jura que no tuvo la culpa, alguien movió los hilos para que no fuera a prisión.
Ese alguien, dice él, estaba conectado con el entonces equipo de influencia de Ramírez Bedolla.
Ese alguien limpiaría su expediente… pero a cambio de algo.

Él creyó que todo había terminado ahí, que simplemente había tenido suerte.
Hasta que recibió la llamada meses después:
“Te necesitamos para un trabajo nuevo. No preguntes. Solo acéptalo.”

Ese “trabajo” era integrarse al equipo de seguridad de Carlos Manso, un político incómodo, un hombre que tenía demasiadas preguntas, demasiadas denuncias y demasiada determinación.
Manso quería revisar contratos, señalar desvíos, confrontar a grupos, exponer nombres; y eso, en Michoacán, siempre tiene un precio.

El escolta dice que desde el primer día notó que algo no cuadraba.
No era escolta, era espía.
No cuidaba a Manso, lo vigilaba.
No lo protegía, lo reportaba.

Y aunque él intenta justificarse diciendo que tenía una deuda pendiente, una deuda que lo obligaba a seguir órdenes, también admite que llegó un punto donde ya no supo distinguir si obedecía por presión… o por miedo.
Miedo a quienes lo habían salvado.
Miedo a quienes lo estaban usando.
Miedo a quienes, según él, también estaban detrás del magnicidio que estremeció al estado.

Asegura que los pagos no eran escondidos.
Dice que cada transferencia, cada sobre y cada indicación quedó guardada.
Él grababa todo.
Todo.
No porque desconfiara al principio, sino porque sabía que, tarde o temprano, iba a necesitar pruebas para salvar su vida.

En una de esas grabaciones, afirma, se escucha la voz de un operador político cercano a Bedolla, diciendo lo siguiente:
“Esto viene de arriba. No te preocupes. Cuando caiga Manso, tú quedas cubierto.”
Y el escolta, según su confesión, respondió:
“¿Pero por qué quieren que caiga?”
La respuesta fue fría:
“Porque estorba.”

El silencio posterior, dice él, fue el primer momento donde sintió que había vendido más de lo que podía recuperar.
Pero ya era tarde.

Él confirma que el pago de 80,000 pesos fue real.
Que fue su parte del acuerdo.
Que otros recibieron más.
Que el objetivo no era proteger a Manso, sino debilitarlo, aislarlo, exponerlo.
Dice que había cámaras bloqueadas a propósito, rutas cambiadas sin informar, mensajes manipulados y movimientos sospechosos que hoy, en retrospectiva, parecen parte de un plan perfectamente calculado.

La noche del ataque, él asegura que vio cosas que no se atrevió a mencionar en el informe oficial.
Dice que las patrullas tardaron demasiado.
Que ciertos radios estaban apagados.
Que hubo silencios en frecuencia que jamás pasan en un operativo real.
Dice que vio luces que no eran del convoy habitual.
Dice que hubo órdenes que no vinieron del mando correcto.

Y sobre todo, asegura que la reacción del estado fue demasiado rápida… y demasiado incompleta.
Demasiado conveniente.

Cuenta que la mañana siguiente, cuando intentó entregar un reporte alterno, uno más detallado, uno que incluía irregularidades, recibió un mensaje en su teléfono Nokia, un mensaje que aún conserva:
“Quédate callado. Te debemos una. No la pierdas.”
Y debajo, un número desconocido le escribió:
“Si hablas, te vamos a encontrar primero que la fiscalía.”

Ese día decidió huir.

Dice que no escapó porque fuera culpable, sino porque entendió que para ellos ya no era útil, y un hombre que deja de ser útil en Michoacán… se vuelve un estorbo.
Como Manso.
Como muchos otros.

Asegura que estuvo escondido meses, moviéndose entre pueblos, durmiendo en casas que no eran suyas, comiendo lo que podía y cargando siempre con la mochila donde guardaba el Nokia, una memoria USB y un cuaderno lleno de fechas.
Dice que nunca pensó en hablar, pero hace dos semanas encontró algo que lo hizo cambiar de opinión.

En una nota de voz —la misma que escuchó cientos de veces sin entender— descubrió una frase que nunca había notado.
Una frase que hoy repite con rabia en los ojos:
“Acuérdate de lo del 2021. Él nos debe una. Y ahora va a pagar.”

Él entendió todo.
Él no fue seleccionado.
Él fue amarrado.
Él fue preparado.
Él fue usado.
No era una pieza accidental… era una pieza diseñada para caer.

Su confesión sigue.
Dice que tiene videos donde aparecen conversaciones con operadores estatales.
Dice que tiene capturas de pantalla donde se mencionan pagos.
Dice que tiene audios donde se nombra a Bedolla.
Dice que tiene documentos que circularon entre funcionarios.
Dice que tiene miedo.
Mucho miedo.

Pero también dice que está cansado.
Cansado de correr.
Cansado de cargar una verdad que nadie quería escuchar.
Cansado de ser parte de algo que él mismo llama “un crimen político disfrazado de casualidad”.

Él afirma que entregará todo.
Que lo hará público.
Que ya no confía en instituciones.
Que no quiere morir sin antes decir lo que realmente pasó.
Que lo que ocurrió con Manso no fue un ataque improvisado, sino una operación que llevaba meses en preparación.

Y concluye con una frase que ha dejado helados a todos los que han escuchado su testimonio:

“Yo no traicioné a Manso. Yo ya estaba traicionado desde antes de conocerlo.”

La historia del escolta prófugo apenas comienza.
Y si lo que dice es verdad, lo que viene podría ser el terremoto político más fuerte de la década.

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